El palomero ciego que no ve el valor de su raza.

Desde que estaba en la canastilla a los pocos días de nacer, una frase atormentaba mi poco periodo de vida hasta la fecha:

“Que lastima de pichón, con lo bien que viene, lo feo que ha salido, criarlo para matarlo”

Me habían condenado a muerte, mi único delito haber nacido con algunas plumas blancas sobre mis alas, cabeza y buche.

El palomero me había juzgado sin tener en cuenta otras actitudes intrínsecas a un palomo de mis características y que eran muy importantes, pues yo soy un palomo de Raza Buchona Española.

Provengo de una saga mítica en mi palomar “Los Aliblancos”.

Mi padre es el aliblanco viejo, de ahí que yo tenga este color.

Mi padre sobrevive gracias a que nació en otros tiempos donde la filosofía barata de los palomeros de ahora no imperaba.

Ha sido un gran palomo de suelta, escucho historias de él constantemente cuando vienen visitas al palomar.

se ve que mi dueño no reniega del todo al espíritu de palomero más puro, EL PALOMERO DE SUELTA.

Se enorgullece al contar como le cogía palomas del otro lado de la ciudad incluso del extrarradio de la misma,

de cómo hacia algunas faenas que demostraban la gran inteligencia contenida en ese cerebro tan pequeño y de cómo se burlaba de otros palomeros al decirles “toma tu paloma”.

Esta serie de hechos hacía de mi padre todo un hito en el palomar, por ello sobrevive y deja descendencia en él.

Mi madre es la baya vieja, qué decir de ella, si mi padre ha marcado un hito en el palomar ella ha marcado una época.

Decenas de palomos han sucumbido ante sus encantos y se ha hecho famosa en el mundillo palomero de la ciudad por méritos propios.

Ella me ha contado como muchísimos fines de semana, la única atención que se prestaba en el palomar era hacia ella, al ver como atraía a los machos y como los trabajaba hacia el cajón.

A veces me cuenta la cantidad de bocadillos que se comía el dueño por no bajar a comer y verme volar pero eran otros tiempos, ahora apenas vuelo y me parezco más a una gallina ponedora que a una verdadera paloma de suelta

todos los días me toca el culo para ver cuánto me queda para poner la siguiente puesta de huevos, es una aberración porque un día de estos no podré seguir este ritmo de puestas.

Entre tanto he crecido y estoy aprendiendo a volar, se ve que le he dado pena y todavía no me ha sacrificado, la verdad es que le he oído decir que un pichón más para el bando vendrá bien para aumentar el número y así ayudar a que no se pierdan los demás.

Los demás, como él dice, son pichones de mejor presencia que la mía, se le ve a simple vista, son todos azules, de buenas caras, pero todo se les queda ahí.

Todos los días cuando nos sueltan a volar a eso de las cuatro de la tarde tengo que dirigir el retorno al palomar porque ellos se alejan y no saben volver bien, suene que estoy con ellos porque son una panda despistados.

De todos ellos el que vuela más soy yo, cuando la mayoría se han posado por cansancio yo sigo volando por si alguno de mis compañeros se ha quedado despistado en cualquier tejado, me gusta hacer esto, es corno si tuviera un sentido especial para ello.

El tiempo pasa lentamente en esta voladera donde estamos todo el día, se ve que mi dueño no se fía de nosotros y nos tiene retenidos en el hasta que decide soltarnos,

la verdad es que creo que no soporta perdemos, sobre todo a esos que todos los días les mira la cabeza. las patas y las alas, perece como si les pasara revisión para verles algún cambio,

sin embargo, yo tengo un hilo en la pata que no me puedo quitar y que con toda seguridad me corte el dedo, pero a mí no me mira nada más que para decir:

“Que lastima de pichón, con lo bien que viene, criarlo para matarlo”.

Lentamente y lamentablemente me he desarrollado en el voladera y volando todas las tardes un poco, pero nunca lo que yo hubiese querido.

Algunos de mis compañeros han desaparecido, el dueño se los llevo un día cuando estábamos empezando a echar unas plumas muy brillantes en el buche, le oí decir cuando los cogía del voladera:

“Estos ya no vuelan más, son muy valiosos”.

No volaran más, si nunca se habían alejado de la manzana del palomar. eso no es volar.

Volar cuando tuve que ir el otro día hasta un tejado que se encontraba muy lejos porque uno de mis amigos se había quedado allí.

Menos mal que estaba quedado allí.

Menos mal que estuve preparado porque tuve que ir varias veces hasta que se vino conmigo y me supuso un gran esfuerzo.

Empiezo a notar que las pichonas del voladero se sienten atraídas por mí, cuando salimos a volar yo adopto unas posturas que les encanta y me han dicho que ninguno lo hace corno yo

y ahora que me fijo la gran mayoría, incluido ellas, no saben adoptar estas posturas, y la verdad es que a mí me sale de dentro, es una manera de expresarme y decirle al mundo aquí estoy yo.

La sangre empieza a corroerme por las venas de palomo de suelta que llevo y comienzo buscar otras amigas en palomares diferentes al mío, pues las de aquí ya no están.

Un día el dueño del palomar se acerca a mí en el voladero y me coge, por fin se ha fijado en mí, habrá apreciado estas dotes que poseo.

Me lleva a un sitio parecido donde nací, hay muchos palomos del parque de los que yo solía ver, venían a comer todos los días al tejado, estamos un poco hacinados en este sitio.

Cuando parecía que mis días llegaban a su fin apareció un señor en el palomar con el dueño, tenía el pelo cano y las manos muy arrugadas.

Mi dueño el palomero le comentaba que por cierta cantidad le podría proporcionar algunos de mis amigos de voladera.

Él aseguraba que todos eran buenos voladores y que estaban ya probados en la suelta pese a su corta edad El señor asintió la cabeza y le dejo entrever que eran mucho dinero el que pedía para su modesto poder adquisitivo.

Es una lástima comentaba el dueño, que por esta pequeña cantidad se quede usted sin tener este tipo de palomos, es que aquí todos son hijos de campeones decía.

El señor mayor volvió a asentir la cabeza y exclamo:

“No te confundas. a mi edad un trofeo no me hace ilusión. ni una medalla, a mi edad mi mayor ilusión es pasar los pocos días que me quedan de vida viendo el trabajo de estos palomos.

Me hace más ilusión pasarme las horas viéndolos llegar con palomas, que pasarme las horas preparándolos para que, un señor me dé o me quite un premio, no te confundas eso es filosofía barata”.

“Pues mire”, exclamo el palomero , “precisamente este palomo lo iba a matar junto con estos zuritos, lléveselo si quiere se lo regalo”.

Mientras me marchaba del palomar pensaba para mí; Pobre de él que aun mirando nada ve, que aun entendiendo nada entiende, pobre de él. Pobre del palomero que esta tan ciego que ve su gloria, y no el valor de su raza.

AMB/ El Puerto de Santa María, Cádiz. 2001

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